Bárbara no entendía qué le ocurría a Tomás. Tanto tiempo deseando ser padre y ahora parecía ignorar todo. Entendía que el trabajo le sobrepasaba y llegaba cansado, pero ¿no era esto lo que quería? Llegar del trabajo y verles exprimiendo a chupetones estos melones repletos de leche dulce. Quizá se sentía desplazado. Llevaba dos meses ignorándole inconscientemente, excepto cuando necesitaba ayuda con los niños. Los gemelos la tenían absorta y eran su prioridad para toda la vida. Lo entendió en cuanto les vio la cara.
—Soy vuestra -les dijo en cuanto se los pusieron en el regazo y pudo reconocer el olor del amor incondicional.
Sabía que ya nada sería más importante en la vida y, así como perdió todos sus miedos anteriores, aparecieron nuevos. Miedos reales y de impotencia total ante un mundo injusto y despiadado.
Tomás pasó a un segundo plano en su vida. Seguía necesitando tenerle a su lado, por supuesto, pero ahora de otra manera que no sabía explicar. A veces, cuando le miraba al salir de la ducha, recordaba el deseo irrefrenable de lanzarse a él, tirarle a la cama y montarle, pero entonces sentía el reclamo de sus crías recordándole «eres nuestra, ven» y la intuición, en forma de suave pellizco en los pezones, le avisaba de que era hora de comer y comenzaban los llantos. Uno despertaba al otro. Cada dos horas…
Un clic en su cerebro activó ese pálpito y desactivó todo lo secundario. Como una red de canalización en la que fluye el agua por varias tuberías y, de pronto, se cierran para distribuir solamente por una, desembocando en una catarata de amor solo para sus «minúsculos». No conseguía abrir la compuerta de Tomás, que observaba sin decir nada, y así pasaron cuatro meses hasta que los mellizos durmieron cinco horas seguidas por la noche. Parecía un milagro poder tener las dos compuertas abiertas parte del día.
Empezó a sentir más a menudo el deseo de que fuera Tomás el que exprimiera sus aún repletos senos y cada noche podía montarle sin sentirse culpable de desaprovechar esos mililitros de leche con que le regaba la cara en pleno desbordamiento del deseo.
Y Bárbara vio como todo volvía a su cauce excepto ella misma, que tuvo que cambiar su camino por una autovía en la que parecía que todos la adelantaban, pero nunca se quedaba atrás, solo conducía más despacio…

Junio 2020

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