La cabeza me daba vueltas por el calor. No estoy acostumbrado a tener calefacción y en esta casa la tenían a tope.

—¿Podría traerme un vasito de agua, por favor? -le pedí a la anciana cortésmente, viendo que se manejaba bastante bien.
La lengua se me pegaba al paladar y las encías al interior de los labios. ¡Joder, qué sensación tan inverosímil!.

—Tenga, caballero. A ver si puede seguir explicándonos eso del entierro gratuito.

—Sí, pues, como les iba diciendo, teniendo en cuenta su edad y los años que llevan pagando, es absurdo que su compañía les haya subido el importe mensual. Absurdo y vergonzoso, pero así es en todas, excepto en la nuestra… -mis ojos giraron y miraron hacia adentro, como si tuvieran vida propia, y vi con la tenue luz que se colaba a través del humor vítreo como se extendía el nervio óptico hacia afuera- pero… perdonen… no sé qué me pasa… -pude articular antes de desmayarme, escuchando un “ji, ji, ji” tan travieso como aterrador.

«Vamos, sujeta su cabeza, no se vaya a dar algún golpe y la liemos»

«Ya, mujer, no soy gilipollas… Rápido, quítale la ropa»

Susurros… estaba oyendo susurros que se referían a mí. Tenía los ojos abiertos pero no podía ver hacia afuera. No podía levantar los brazos, no podía dar patadas, no podía moverme normalmente; los golpes que intentaba dar, iban hacia mí, dejándome el cuerpo dolorido como si me estuvieran dando una paliza… Después, todas las sensaciones cesaron.

«Esto es lo más difícil, ya no tenemos fuerzas para levantar un cuerpo inerte».

«No te preocupes, mujer, en un rato renovaremos fuerzas y podremos cargar un toro»

Empecé a oír de nuevo los susurros, por un instante, y ya no oí más…

«Vamos, corta por ahí»

«Pon la olla debajo, no se derrame ni una gota».

Este relato forma parte de la #lluviadecalor
«Amamos la novela negra, el thriller y la literatura de género»